Artículo de opinión de Almudena Semur, Coordinadora del Servicio de Estudios del IEE, en el diario El Economista, el 21 de marzo de 2017
Las previsiones macroeconómicas apuntan a un ligero crecimiento de la economía mundial del 3,3% durante este año, y del 3,6% el próximo, siempre y cuando no se materialicen determinados shocks que nos acechan, como pueden ser una severa implantación de medidas proteccionistas, un Brexit traumático o el nuevo escenario político tras las elecciones europeas.
Centrándonos en nuestro país, cerramos el año 2016 con un crecimiento del PIB equilibrado y robusto, dicho sea de paso, por encima de lo previsto, 3,2%. La demanda nacional aportó 2,8 puntos mientras que la demanda externa contribuyó con medio punto. Las exportaciones crecieron a un ritmo del 4,4% mientras que las importaciones alcanzaron una tasa anual del 3,3%. El buen tono del sector exterior, junto con el abaratamiento del petróleo y el tirón del turismo, pusieron la guinda a nuestra balanza por cuenta corriente que alcanzó un superávit del 2% del PIB, el nivel más alto de la serie histórica y homologable iniciada en 1995.
Las previsiones para 2017 apuntan buenos datos, oscilando el crecimiento entre un 2,5% y un 2,8%. Sin embargo, continuamos con nuestras particularidades. Se ha creado empleo, pero seguimos con una elevadísima tasa de desempleo, muy superior a la media europea. La OCDE estima que esta bajará hasta al 17,5% en 2017, lo que representa un gran avance pero pone de manifiesto deficiencias en nuestro mercado de trabajo y en el sistema educativo que provocan que el paro estructural siga siendo muy elevado. Si analizamos las cifras de las tasas de abandono escolar en 2014, estas hablan por sí solas en las edades comprendidas entre los 25 y los 34 años, un 39% en los hombres y un 29% en las mujeres, lo que nos sitúa cerca del doble de la OCDE, y explica el elevadísimo porcentaje de desempleo entre los trabajadores de baja o muy baja cualificación: 30%. Y si nos detenemos en el paro de larga duración, el porcentaje de desempleados que lleva dos o más años buscando trabajo ronda el 42%. Estas escalofriantes cifras erosionan las competencias y habilidades del individuo. De ahí la imperiosa necesidad de adaptar (y coordinar) las políticas activas de empleo (competencia transferida a las Comunidades Autónomas) a los países de nuestro entorno en los que la prestación por desempleo debe llevar aparejada la búsqueda efectiva de empleo o la participación en programas de reinserción laboral o de formación.
Cierto es que gracias a la Reforma Laboral se evitó la destrucción de empleo y se ganó en flexibilidad, pero si analizamos el grado de eficiencia laboral, pilar esencial para el mercado de trabajo y que mide, entre otras cosas, la flexibilidad contractual y salarial, los costes del despido, los efectos de la imposición sobre los incentivos al trabajo, así como la relación entre salarios y productividad, nos situamos en el puesto 69 de 138 países. Una excesiva rigidez en el mercado de trabajo y de productos incrementa el tiempo que le lleva a un país recuperar su ritmo de crecimiento.
Otra bomba de relojería es nuestra problemática fiscal. Gastamos más de lo que ingresamos. Se ha conseguido rebajar el gasto público y las previsiones de la Comisión Europea contemplan en 2017 que este ascienda al 41,6% sobre el PIB, con lo que nos situaríamos cuatro puntos por debajo del registrado en 2013. Pero en cuanto a ingresos fiscales se refiere, las perspectivas no son muy halagüeñas, solo se incrementarán dos décimas respecto al 2016, esto es, un 38,2% del PIB, lo que nos sitúa muy por debajo de la media de la UE (44,8%) y lejos del máximo alcanzado por nuestro país en el 2007 (40,9% del PIB). Reduciremos el déficit en el 2017 gracias a las medidas fiscales adoptadas a finales de 2016. No obstante, se situará en el 3,4% del PIB, dos décimas por encima del objetivo.
Queda por destacar nuestro gran talón de Aquiles al que hay que darle una solución, como es el de la sostenibilidad de nuestras pensiones. Tenemos más pensionistas que cotizantes y de lo que se trata es de aplicar medidas paliativas para asegurar su sostenibilidad en el tiempo.