IEE en los medios
[highlight style="light"]Artículo publicado por Joaquín Trigo, Director General del IEE, el 14 de noviembre en El Economista [/highlight]
Las huelgas pueden hacerse de varias formas. La más útil es la japonesa, con todos los empleados trabajando con un ardor que demuestra su compromiso con la empresa y sus clientes. Hay otras semiocultas con unos que trabajan y otros que no. Las más sonadas las hacen todos dejando de trabajar e impidiendo a terceros que hagan lo que les parezca. La primera es la más útil; la tercera, la más contraproducente, porque impide producir y ganar un sueldo y porque intenta vulnerar la voluntad de terceros, especialmente frente a las tiendas más humildes y desprotegidas, que se llevan un susto, un golpe o las dos cosas no por la voluntad de los convocantes, sino por la intimidación de los piquetes o la brutalidad de los espontáneos.
Los que instan al paro refuerzan su posición convocando a la movilización, al corte de calles y carreteras y a la intimidación de los piquetes. Si los organizadores hacen siempre lo mismo, a pesar de que el paro aumenta, debe ser porque no se les ocurre algo más útil. Hace pocos años se decían cosas como que temamos los bancos más sólidos del mundo y la generación joven mejor formada de la historia, se crecía gracias a la financiación externa, los sindicatos estaban en una nube bien financiada por el erario, tenían más liberados y sedes que nunca, estaban en las juntas de las cajas de crédito.., pero no buscaron una mayor competitividad de las empresas ni se preocuparon de reducir el absentismo injustificado. Esto no es nuevo, pero no sólo no hay obligación de persistir en pautas recibidas por el hecho de que sean antiguas, sino que, en un mundo abierto, es conveniente aprender delos demás, especialmente de quienes demuestran ser más eficaces con la innovación, que lejos de reducir el número total de trabajadores permite atender más necesidades, ayuda a la exportación y favorece la creación de más y mejores puestos de trabajo.
La huelga rara vez se acompaña del compromiso de recuperar el tiempo perdido, con lo que, en lo inmediato, reduce la producción y los ingresos de los que la hacen, con la consiguiente mengua en el conjunto de la demanda y en las ventas. Al tiempo se da una imagen del país que es contraproducente; tanto que puede reducir las inversiones de las empresas foráneas con plantas de producción activas aquí, y contribuye a reducir la valoración de la nación en cuanto a su atención para captar nuevos centros de producción. En menor medida también perjudica a las exportaciones. En algunos casos, más bien raros, puede haber un acuerdo interno para recuperar el tiempo laboral perdido, de modo que la producción planeada se consiga y los afectados, internos y externos, minimicen sus pérdidas.
En los últimos años han aumentado las reivindicaciones de profesores y funcionarios. Los estudiantes de la Universidad, que tenían sus pautas propias, se unen a las movilizaciones y las concentraciones que organizan los sindicatos. El aumento en el número de los huelguistas, reforzados por otros asistentes, dificulta la circulación, perjudica a terceros ajenos a las convocatorias y requiere más presencia policial para mantener el tránsito.
En apariencia, el aumento de las concentraciones parece aumentar la capacidad de convocatoria de los sindicatos, pero se trata de otros movimientos sociales, con planteamientos propios, que consideran la ocasión es buena para airear sus inquietudes. Eso no da más valor a los planteamientos sindicales, pero da más visibilidad a los que se mueven.
Las empresas son las principales perjudicadas (no las únicas) por las huelgas. También soportan una elevada tributación, al punto de que sólo dos países de la UE, y otros dos del resto del mundo, están por encima. En el mes de octubre, la tasa de variación anual del IPC aumentó una décima respecto al mes anterior, de modo que la tasa anual del índice de precios de consumo armonizado (IPCA) se sitúa en al 3,5 por ciento y se mantiene como en el mes anterior.
El momento no es el más adecuado para sacudir a un país que tiene la mayor tasa de paro del mundo industrializado, que tiene una deuda superior a su PIB, que se ve obligado a reducir plantillas de su línea de bandera y de parte de sus Administraciones y que está obligado a pagar por las renovaciones de su crédito más de lo que le cuesta a los principales países con los que compite mientras que los particulares -los que pueden acceder a él- lo tienen aún más caro.