IEE en los medios
[highlight style="light"]Artículo publicado por Joaquín Trigo, Director General del IEE, el 20 de octubre en El Economista [/highlight]
El manido e importante asunto de la economía sumergida está presente en diversos proyectos de ley que acaban de pasar por el Parlamento o que debatirán los próximos meses Congreso y Senado. Muchos son los aspectos involucrados, como es lógico. Pero uno de los más relevantes y menos analizados y aprovechados es el de las posibilidades que ofrecen los pagos electrónicos para contribuir a la necesaria transparencia de los agentes públicos y privados. El tema se trata, aunque sea de pasada, en el proyecto de ley de modificación de la normativa tributaria y presupuestaria y de adecuación de la normativa financiera para la intensificación de las actuaciones en la prevención y lucha contra el fraude, presentado en julio. La respuesta que se le da es limitar los pagos en efectivo a los 2.500 euros.
Todavía desconocemos el texto de las enmiendas presentadas o que presentarán los grupos parlamentarios. Pero por la posición de mayoría absoluta del PP no parece que vaya a cambiar ese tope. En ese caso, la medida no tendría gran impacto entre familias y empresas a la hora de decidir utilizar pagos en efectivo o pagos electrónicos, además de transportes mas cómodos, rápidos, seguros y sobre todo baratos para el conjunto de los agentes económicos, y en especial para las Administraciones Públicas.
Por tanto, más que políticas coactivas o de freno a la libertad de los agentes económicos, deberíamos pensar en una política económica que prime una serie de medidas basadas en incentivos a favor de esa sustitución, o que al menos no la dificulte. Así al menos tendríamos la seguridad de que, al margen de que siga siendo propiedad de esa sustitución por la dinámica del mercado, recibiría un impulso de las Administraciones Públicas.
El mercado ya se ha pronunciado sobre ello en las últimas décadas, cuando se ha registrado una creciente y acelerada competencia entre el dinero efectivo y el electrónico. En la UE este último, gracias a sus ventajas e innovaciones, ha pasado de no existir a una cuota actual del 22 por ciento, aunque es menor que en los EEUU. La clara correlación negativa entre desarrollo y efectivo (y positiva con el dinero digital) se confirma también en España, donde el efectivo ronda el 83 por ciento en vez del 78 por ciento de promedio europeo, similar al de Cataluña, desde donde La Caixa ostenta hace años el liderazgo español en tarjetas de débito y crédito cuando por ingresos o beneficios era la tercera entidad bancaria.
Ese proceso de sustitución se aceleraría si los precios se basaran en costes y no lo frenaran tanta opacidad y sus fallos de información. Incluso para los comerciantes, es mayor el coste del efectivo que el dinero digital si las estimaciones se basan exclusivamente en el coste de uso de los recursos y en condiciones de libre oferta de efectivo, como han demostrado desde esas premisas De Grauwe y otros (2006), desde el think tank ahora presidido por Jean-Claude Trichet, ex presidente del BCE. Para los demás agentes y para la economía total, más claros e importantes cuantitativamente son los beneficios netos. La diferencia entre ventajas y desventajas se decanta hacia las primeras incluso si limitamos las estimaciones al ámbito económico, sin extenderlas al social, ecológico u otros.
Muchas han sido las ventajas definidas por la literatura económica a favor de los nuevos pagos electrónicos, aunque todavía hemos de superar dos grandes agujeros negros informativos: el señoreaje y la economía sumergida. Uno se sitúa al principio del proceso de creación del dinero, mientras que el otro está al final. El primero en sentido original era la diferencia entre el valor facial del dinero y el coste de emitirlo, ahora estimado para la eurozona en torno al 0,4 por ciento del PIB por la diferencia entre el rendimiento de los activos monetarios (tipos de intervención de los bancos centrales y el coste de sus pasivos), aun cuando alcanzaba en los países de origen hasta el 5 por ciento del PIB, cuando era mayor la inflación y menor la profundidad monetaria. El segundo, opaco por definición, es el resultado de las barreras de origen regulatorio, fiscal y parafiscal que dificultan la creación de empresas (1) y alcanza en la actualidad estimaciones del 17 por ciento del PIB en la media de la UE y de casi el 25 por ciento en España. En una comparación de 14 estudios realizados en diversos países europeos (2), se ha considerado hasta una treintena de tipos de costes para el conjunto de la sociedad, distribuidos entre los cuatro grandes agentes que intervienen en la creación y el uso de dinero: bancos centrales, bancos minoristas, comerciantes y consumidores. Aunque los estudios excluyen las transferencias entre agentes y se limitan a los costes finales, sus conclusiones muestran amplias diferencias entre países, aunque siempre en contra del futuro del dinero efectivo.
Por ejemplo, en cuanto a costes de producción y distribución, las tarjetas son más baratas para el conjunto de la economía. Al comparar los estudios de cinco países europeos y Australia, el efectivo cuesta de media el 3,24 por ciento del valor de las compras (3,1 por ciento de media), mientras que las tarjetas quedan en el 1,21 por ciento en ambos tipos de medidas. Sin embargo, quizá lo mas importante de cara a las diversos proyectos de ley relativos a la economía sumergida y el fraude laboral y fiscal es que las tarjetas tienen mucha más transparencia de costes de producción y distribución que el dinero efectivo, incluso para los comerciantes. Porque al dejar mejor rastro de todos los pagos, también dejan mejor constancia de su propio coste operativo de producción y distribución.
Como en algunos casos los costes de unos agentes son ingresos de otros, tampoco son incluidos en los estudios comparativos, aunque desde el punto de vista teórico-económico tales transferencias implican mejores o peores asignaciones de recursos. Pero la inmensa mayoría del dinero efectivo, antes de llegar al pago final del consumidor al comerciante, pasa como las tarjetas por las redes ATM o de cajeros automáticos, cuyos costes según McKinsey (2008), representan más del 90 por ciento del coste del dinero en efectivo y a pesar de que el valor de las transacciones en toda Europa cayó un 1 por ciento entre 2002 y 2006, su coste aumentó un 2 por ciento (y más en algunos países). De ahí que el cash resulte más caro y utilizado en exceso pese a que las tarjetas de débito resulten más baratas a partir de transacciones entre 8 y 15 euros según lo países.
Ala mayor transparencia en sus propios costes, el dinero electrónico suma una mayor proporción de información a los agentes que lo usan, aunque estos difícilmente pueden comparar y tomar decisiones racionales, ante la gran opacidad de costes del dinero efectivo. Algunos se esfuerzan por justificar la racionalidad del efectivo al argumentar que los consumidores lo usan para mantener el control sobre su liquidez y que la tangibilidad facilita la memoria inmediata o la mirada al bolsillo y abarata el procesamiento de información, de lo que infieren que es poco probable que pierda gran parte de su importancia para ciertos tipos de consumidores. Pero lo cierto es que han surgido herramientas de gestión digitales que ayudan a los consumidores a controlar objetivos de gasto y avisarles cuando alcanzan el umbral, y que incluso el monedero electrónico y otras posibilidades traídas por el reciente uso de los teléfonos móviles para los pagos generarían importantes ahorros económicos. En cualquier caso, esa superior trazabilidad es fuente de transparencia y control.
Por todo ello, incentivar fiscal o económicamente el proceso de sustitución del dinero efectivo por el digital podría suponer mucha mayor eficiencia para el conjunto de la economía y un sustancial ahorro de costes para la sociedad, al margen de cómo se distribuyan los actuales costes y los beneficios y resultados del ahorro derivado de la sustitución, variables que no obstante también pueden contribuir a esa mayor eficiencia macroeconómica general.
(1) Joaquín Trigo Portela: Barreras a la creación de empresas y economía irregular, Instituto de Estudios Económicos, 1988.
(2) Dot. econ (2011). Costly cash: a synthesis of international evidence on the eost of making payments, julio.